David Trueba
A pesar de que la intención de este blog no es copiar contenidos de otras web, esta vez no he podido resistir la tentación de incluir uno de los mejores retratos del entrenador que se han escrito en mucho tiempo. Es un texto publicado en el diario El País el pasado mes de febrero, obra de David Trueba, director de cine, escritor, guionista e incluso actor. David no tiene aspecto de entrenador o futbolista, ni siquiera de aficionado al fútbol, pero pocas veces se han descrito mejor los mimbres, ilusiones y miserias de la profesión:
"Hace años que quiero hacer una película en torno a la figura del
entrenador. El primer destello nació en una ocasión en que fui a dar
una conferencia a una ciudad de provincias y me llevaron a un
restaurante. En la mesa del fondo reconocí a un antiguo jugador, no
demasiado famoso, que entonces era entrenador del equipo local de
Segunda División. El equipo pasaba por problemas y nadie sabía si el
entrenador duraría mucho en el banquillo. Lo que me fascinó fue
mirarlo. Estaba solo, comiendo con parsimonia un guiso casero y tomando
una cerveza, en chándal, con un reloj de oro y con gesto ensimismado.
Me pareció la estampa perfecta de la soledad.
Desde entonces los entrenadores atraen mi atención. Puede que, al
verlos en esa posición de privilegio, dando órdenes a los jugadores,
con esa supuesta autoridad sobre el entorno, mucha gente tenga la falsa
sensación de que son tipos a los que envidiar. Pero yo siempre pienso
en lo solos que están. Han adquirido la madurez que a los jugadores en
activo les falta, ellos ya pueden ver el deporte desde una perspectiva
más sabia, más calmada, más completa. Sufren como nadie la velocidad
del juego. Ésa que hace que Guti esté muerto y enterrado un día y sea
un genio imprescindible siete tardes después. No hay tiempo, la vaca
está sobreordeñada con partidos a todas horas, así que la formación de
los jugadores tiene que condensarse en los quince días de pretemporada
y en las correcciones a cada partido concreto. Es algo así como dar
clase subido a la montaña rusa.
Las relaciones con los equipos
directivos no son fáciles. Los entrenadores son siempre una apuesta a
ciegas y, más aún, en España, donde la paciencia dura siete partidos.
Sería impensable disfrutar aquí del sistema británico, donde un
entrenador se pasa la vida en el banquillo de su equipo, transmitiendo
a los jugadores y a la afición una certeza casi inamovible. Aquí el
presidente siempre tiene cara de estarse preguntando: ¿me habré
equivocado contratando a este tipo? Luego, en una especie de juego
teatral, en el campo, el jugador es la pieza fundamental y el
entrenador sólo el espectador con mejor asiento o, mejor dicho, el más
cercano al césped. La suerte como entrenador está depositada en ellos y
si las cosas no salen bien los marineros hundirán el barco sin que el
capitán pueda hacer otra cosa que esperar la patada que lo mandará a
los tiburones.
Puede que no todos los españoles llevemos un
jugador dentro, que nos sintamos un poco disminuidos ante Messi o Raúl,
pero no existe español que no lleve un entrenador resolutivo, fiable y
drástico metido en sus zapatos. Todos sabemos lo que hay que hacer,
como esos padres que van a ver el partido del chaval y se ceban con el
entrenador de su hijo porque no es capaz de sacarle el potencial que él
sabe que el niño tiene porque lo ha visto a la hora de la merienda.
El
entrenador llega a una ciudad desconocida con su familia, escolariza a
sus hijos, convence a la mujer de que cualquier infumable pueblucho es
tan disfrutable como Nueva York. Me imagino los domingos a la noche
cuando llega a casa tras la derrota y se mete un pastillazo para poder
dormir. Cuando los familiares se fatigan de ceses y cambio de
residencias y colegios, le dejan ir solo a su nuevo empleo y el
entrenador ocupa un hotel o un apartamentito y se pasa las horas libres
colgado del teléfono, diciéndole a su niña que apriete en los exámenes
mientras en el vídeo repasa el partido que perdieron el domingo sin que
le parezca tan dramático el mal juego de los suyos. A los entrenadores
se les va poniendo una cara amostazada con el tiempo y, por mucho buen
carácter o entrega de profesor de colegio que tengan, no es raro verlos
en algún casinillo local o con la nariz roja y las venillas coloradas y
no precisamente por el frío. Desarrollan con su segundo y a veces con
su preparador físico una especie de relación cómplice y rutinaria que
se parece más a la serie Matrimoniadas que a un éxtasis deportivo.
El
entrenador termina por ser alguien que sabe mucho de un juego al que no
puede jugar. Sólo la capacidad de resistencia a la frustración y el
placer del juego y el buen sueldo le harán seguir a lomos de la montaña
rusa, aguardando el día en que por fin le toque un partido histórico,
pero incluso ese día no olvida que los protagonistas son otros. Y con
la maleta siempre hecha para cuando llega la tarde en que el presidente
o el hijo del presidente o un vocal de la junta con más arrestos le
enseña la puerta de salida con gesto alicaído. Y llega la mañana, a
veces no demasiado lejana de aquella otra en que se presentó a la
plantilla cargado de esperanzas, en la que se despide de alguno de los
jugadores con un apretón de manos o de los otros sacándose un puñal de
la espalda. Y ese tipo adusto y serio vuelve a ponerse en el camino
hacia ninguna parte, donde tan magistralmente situó el añorado Fernán
Gómez a nuestros cómicos de la legua."
David Trueba
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